¡ HOY DUERMES EN EL SOFÁ!




Observo a mi gato y pienso: ¡Pero qué lindo y qué tierno! Qué delicadeza al caminar. Qué agilidad cuando trepa. Qué ternura cuando se acurruca entre mi pelo y ronronea. De apariencia frágil y delicada. Siempre tan pulcro y aseado… Hasta que sucede algo que cambia la perfecta apariencia de mi perfecto y lindo gato... Os cuento:
Hace un par de días llegué a casa tras una larga caminata y, mientras caía la noche, me senté en la tumbona de la marquesina y abrí una cerveza bien fría. Entre trago y trago, mi perra Luna daba lengüetazos a una de las zapatillas, y fue entonces cuando caí en la cuenta de que faltaba un elemento en la ecuación casera de bienvenida del día a día, y ese, por supuesto era Lau, mi gato. Qué extraño… Me levanté y lo busqué unos segundos, tras los que sin darle mayor importancia pensando que estaría ronroneándole a alguna gata, o trepando por algún árbol, me senté de nuevo a contemplar el cielo. Unos segundos de paz y armonía que duraron bien poco hasta que la tumbona me zarandeó de manera inesperada. Luna había visto algo. ¿Qué tipo de animal o ser, sería? Así que decidí seguirla. Al principio no quería creer lo que estaba viendo y quise imaginar que era un zorro. Cerré los ojos y volví a abrirlos, a ver si así conseguía cambiar la cruda realidad que más temprano que tarde me tocaría afrontar. Pero no, la realidad seguía ahí gruñendo agazapada sobre su presa advirtiéndole a Luna que: <<Es mía, tú serás más grande, pero a ágil y rápido no me gana nadie. Es mía y me la como yo>>. El perro hizo dos intentonas fallidas, tras las que el gato hizo la trece cuarenta y, raudo y veloz con una cola colgando entre sus colmillos, salió casi diría yo que volando y desapareció entre los viñedos. ¿Si la cola era tan larga, como sería de grande la rata? Con el bello erizado de todo el cuerpo metí a Luna en la marquesina y cerré la puerta. Mi lindo gatito, mi inofensivo y lindo… No podía ser cierto lo que acababa de presenciar. Pero ahí no se acababa la cosa… A la media  hora, cuando entré en casa dispuesta a dejarlo en la calle como castigo, apareció bajo la mesa de la marquesina… con la rata… colgando aún viva entre sus fauces. Y cerré la puerta… Y me entraron nauseas. Porque el dulce gatito la devoraba mascando huesos a diestro y siniestro. Podía oírlo… Oía cómo… Y me imaginaba… ¡Qué asco! Al cabo de unos diez minutos oí su tierno maullido al otro lado de la puerta. Y escuchando el dulce maullar… Pues que no me pude resistir a abrir la puerta… Lo miré a los ojos y me derrotó de nuevo con su dulce ronroneo. ¡El muy zalamero! Y me dieron ganas de cogerlo y achucharlo, porque es tan mono… Tan dulce y mimoso… Fue entonces cuando me di cuenta de que debajo de la mesa había un cadáver, bueno… más bien, lo que quedaba de él: la cola y las dos patitas traseras. Así y con todo, no pude evitar hacer la vista gorda y lo dejé entrar.  Con su usual garbo pasó caminando con tanta elegancia, que finalmente, volvió a ganar la batalla. 

¿Por qué no puedo resistirme al asesino que hace tan sólo unos minutos estaba devorando a su presa ante mis ojos sin un ápice de compasión? Pues no lo sé… ¿Será por su cautivador ronroneo? ¿Será por su dulce mirada y su gracia al caminar? Y fue en ese mismo instante cuando, mirando fijamente a los ojos del gato me hice de nuevo una pregunta: ¿Si he podido perdonar al gato por su asesinato, podría hacer lo mismo con… por poner un ejemplo, mi hermano? ¿Podría… perdonar al padre de mis hijos… sus maltratos? ¿Me derrotaría con su mirada igual que el gato?

Con muy mal cuerpo me metí en la cama, y el muy… del gato, dio un saltito y, como el que no quiere la cosa y nunca ha roto un plato, se acurrucó zalamero entre el pelo, la cara y el cuello. ¡Ni hablar! ¡El aliento te huele fatal! ¡Hoy duermes en el sofá! Aunque sé, que mañana a la mañana te acercarás ronroneando, y tu dulzura me hará olvidar el tipo de gato que ocultas tras esa dulce mirada gatuna que me tiene enamorada, y así, sin más, te meterás de nuevo en mi cama.



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